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Intercambio vs. aislamiento

            La arquitectura supone un artificio creado por el hombre para reducir la
            incertidumbre del medio que lo rodea, una mediación entre el usuario y su contexto.
            La arquitectura envuelve un sistema termodinámico abierto en el que no solo
            se producen intercambios energéticos con el exterior (pérdida y ganancias de
            calor, radiación solar…), sino también, y necesariamente intercambios materiales
            (ventilación, movilidad de contenido y habitantes…). La forma e intensidad en la
            que estos intercambios se producen es determinante para lograr la habitabilidad del
            sistema. La independencia del exterior viene condicionada por las propiedades de la
            envolvente y su forma. Materia y geometría.
            Un sistema que pretende aislarse del exterior debería optar por tener una envolvente
            lo más impermeable y reducida posible.  Sin embargo, este aislamiento no es el
            extremo deseable, ya que la relación con el exterior es necesaria para alcanzar el
            confort interior cuantitativo y cualitativo. Propiedades materiales y factor de forma.
            Por ello, la envolvente óptima no es aquella que garantiza un mayor aislamiento,
            sino aquella que permite adaptarse a las necesidades en cada momento y cada
            orientación. La dimensión de los espacios necesarios para alojar cualquier forma
            de vida deseada en una vivienda establece unos máximos y unos mínimos de factor
            de forma para permitir una protección eficiente respecto del medio, y una relación
            suficiente con el mismo.

            Para tener esta circunstancia en cuenta, y analizarla sistemáticamente, recurrimos
            en el CoLaboratorio durante cuatro cursos consecutivos a un estudio de nueve casos
            de estudio que representaban las volumetrías más usuales para albergar viviendas
            según diferentes parámetros de altura y proporción en planta, arrojando interesantes
            resultados en todos ellos. Se deducen consecuencias esperadas como que las
            volumetrías más compactas resultan más eficientes energéticamente, pero permiten
            una menor flexibilidad de soluciones, ya que la relación con el exterior está limitada.

            En esta ecuación interviene el clima de forma determinante, ya que establece las
            exigencias de apertura o aislamiento del sistema termodinámico, y para introducir
            esta variable realizamos el estudio de los nueve casos en tres climas claramente
            diferenciados en cuanto a temperatura, humedad, horas y geometría del soleamiento:
            Copenhague, Singapur y Phoenix.

            La envolvente debe poder responder a los deseos puntuales de cada usuario,
            y tener la capacidad de variar su factor de forma a lo largo del año, pero debe
            garantizar ciertas condiciones mínimas para que su manipulación no afecte de
            forma perjudicial al resto de usuarios. En usos terciarios es frecuente que, frente a la
            gran flexibilidad espacial, el usuario no tenga la capacidad ni siquiera de abrir una
            ventana, ya que el comportamiento termodinámico de un edificio es más eficiente
            si se maneja de forma global. Esto nos hace reflexionar en la medida en la que la
            fachada debe formar parte del ámbito de decisión fragmentado de cada usuario, o
            por el contrario su control unitario nos acerca hacia soluciones más sostenibles.






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